jueves, 18 de enero de 2018

Defensa de la heterodoxia

 

Por HELENO SAÑA

He sentido siempre una antipatía instintiva por todo tipo de ortodoxias, sean de carácter ideológico, confesional, étnico o cultural. En cambio me he sentido también instintivamente atraído por los individuos, grupos sociales o pueblos dispuestos a plantar cara a las ortodoxias triunfantes, con permiso y perdón de don Marcelino Menéndez y Pelayo y de quienes creen que el destino del hombre es el de decir siempre amén a los dogmas establecidos.

Gente realmente heterodoxa —literalmente gente con otra opinión— va quedando cada vez menos, y ello ya en el ámbito de la conducta cotidiana y los modelos de vida, cada vez más estandarizados y parecidos los unos a los otros, a despecho del tan cacareado pluralismo del que presuntamente gozamos. Quien más quien menos se deja colonizar por los pseudo-valores (literalmente falsos valores) fabricados y difundidos por la casta política, los expertos en marketing, las agencias publicitarias, la industria de la cultura y los 'mass media'. Si especialmente desde el 11 de Septiembre está siendo posible resucitar ortodoxias religiosas, axiológicas y etnoculturales que se consideraban como ya superadas, es porque el hombre de la sociedad de masas y de consumo ha perdido el noble y saludable hábito cartesiano de poner en duda lo que dice y afirma la doxa triunfante, detrás de la cual hay siempre un aparato de poder y un conjunto de intereses.

La nueva ortodoxia (literalmente opinión recta) ha surgido en los Estados Unidos y parte del supuesto que este país está en posesión de la verdad absoluta y encarna, como ningún otro, los valores de la civilización y la cultura. Y como ha ocurrido generalmente con todas las ortodoxias apoyadas en un sistema de poder real y simbólico de gran envergadura, la gente no se atreve a contradecir lo que afirman los voceros de la Casa Blanca, el Pentágono, Wall Street o la CIA. O formulan su punto de vista heterodoxo dando mil rodeos y pidiendo casi perdón, a su cabeza la mayor parte de los políticos europeos.

No voy a cometer el anacronismo de recordar las barbaridades y crímenes cometidos a lo largo de la historia universal por las más diversas ortodoxias, desde las Iglesias católica y protestante al fascismo y el comunismo soviético, para hablar sólo de Occidente. Me ciño al presente, un presente dominado por la 'pensée unique', la regimentación cada vez más asfixiante de los modos de ser, sentir y pensar y, últimamente, por la remilitarización de la política y el resurgimiento de la moral belicista. Nos sobra conformismo y nos falta disconformidad, esto es, heterodoxia. Nos falta sobre todo la 'civil desobedience' ensalzada por Henry David Thoreau en su pequeño tratado, desobediencia practicada a menudo por importantes sectores del mismo pueblo estadounidense cuyos políticos pretenden hoy extender su hegemonía —otra palabra griega— a los cinco continentes, sobre todo allí donde se acumulan casualmente las mayores reservas de gas y petróleo.

Y sólo faltaba esa ominosa 'Office of Strategie Influence' con la que el Estado estadounidense pretendía, por medio del lanzamiento de mentiras, extender sus tentáculos propagandísticos al exterior, como si los medios de comunicación de masas y otros recursos informativos ya existentes no bastarán para convencer al mundo de las excelencias del 'american way of life'.

Estamos asistiendo al retorno de un nuevo maccarthismo, pero mientras fue un fenómeno restringido al territorio norteamericano, ahora está en vías de convertirse en un producto de exportación a escala planetaria, como la Coca-Cola o McDonald’s. ¿Y qué hay a fin de cuentas detrás de todo eso? Lo diré con las palabras de Cioran, escritas hace mucho tiempo pero que sintetizan perfectamente la nueva ortodoxia introducida por los Estados Unidos: «Toda civilización cree que su modo de vida es el único bueno y concebible, y de ahí que el mundo tenga que aceptarlo de buen o mal grado. No se funda un imperio por capricho, sino que se somete a los otros para que nos imiten y modelen su vida de acuerdo con nuestras creencias y nuestros hábitos» (Histoire et utopie). Con esto está dicho todo.

LA CLAVE
Nº 48 - 15-21 marzo 2002

4 comentarios:

  1. Por desgracia, los crímenes y barbaridades "cometidos a lo largo de la historia universal" llegan hasta nuestros días con renovado ímpetu, más crónico que "anacrónico".

    Al dominio -y a quienes lo detentan- le resulta más peligrosa la heterodoxia que cualquier ortodoxia de signo opuesto. Sea del signo que sea, lo único que el Estado trata de preservar e imponer es la jerarquía. Estando ésta a salvo. lo demás es "negociable".

    Pero para que dicha jerarquía pueda existir ha de existir, previamente, una ortodoxia del 'yo'. A este respecto, también decía Cioran que la sociedad lo admite todo, todo salvo a quien declara no ser nada; no ser ingeniero, intelectual, amante, artista, fontanero, creyente o incrédulo... nada. Porque un asesino, un ladrón, un abogado, un creyente o un filósofo, alimentan la maquinaria jerárquica (estatal), se les puede 'ubicar', etiquetar... controlar y someter.

    Por ello, hay que integrar en la civilización a esas "tribus atrasadas" de la amazonia. ¿A donde van esas pobres criaturas sin carnet de identidad, sin "progreso", sin vestidos decentes y sin coche? ¿En qué TIEMPO viven? He ahí otra ortodoxa cuestión: el TIEMPO, que la civilización en general, bajo la forma concreta de capitalismo, ha convertido en mera mercancía, pero también en un arma terrible.

    Salud!

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  2. Ortodoxia también puede ser creer que repitiendo los mismos errores del pasado se puede hacer cambiar las cosas o creer que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, como hicieron esos 'ácratas' catalanes apoyando a políticos separatistas que amagaban con la creación de un Estado catalán independiente.

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  3. Krates. A mi entender, eso que mencionas tiene más que ver con una estrategia (equivocada o no) que con la ortodoxia.

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  4. Hereje es sinónimo de heterodoxo, es el que se desvia y no sigue el dogma. En cambio, apostata es el renegado, el que abandona la fe. Y un infiel es quien no comparte la fe. ¿Cuántos dogmas han surgido desviándose de otros anteriormente establecidos?

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