miércoles, 6 de septiembre de 2017

El lucio de mar


Pocos profanos sospecharían la temible voracidad de un pez tan conocido por todos como la merluza y, sin embargo, en la etimología de su propio nombre vulgar o de una forma más evidente, en la de su nombre científico, se encuentra la clave de esta fiereza y de cómo los primeros taxonomistas intentaron reflejarla cuando tuvieron que bautizar la especie. En el año 1758 Linneo compuso el nombre de merluccius por contracción de las palabras latinas maris y lucius; al ser la primera un genitivo y formarse éste en castellano con la preposición «de», la traducción de merlucius es «lucio de mar», equivalencia que también se encuentra en el origen del nombre vulgar de la merluza en otras lenguas no románicas.

La merluza, como los demás peces, crece sin interrupción a lo largo de toda su vida, y el crecimiento depende directamente de la abundancia de alimento. A las tres o cuatro semanas de eclosión, una vez terminadas las reservas vitelinas, las larvas de merluza comienzan a nutrirse de plancton y están por ello obligadas a llevar una vida pelágica, sujeta al capricho de las corrientes, no muy distinta de la que siguen los organismos que componen su dieta. En estas condiciones las merluzas jóvenes tienen muchas probabilidades de ser arrastradas hacia las aguas costeras, ricas en recursos tróficos con los que continúan su crecimiento. Al cabo de un año, las que han logrado alimentarse con holgura alcanzan los diez centímetros de longitud, tamaño que se duplica en las mismas aguas al año siguiente. A partir del segundo año empiezan a comportarse como individuos adultos, se desplazan lentamente hacia aguas más profundas durante los meses de invierno y regresan a la costa en verano. El motivo de estas migraciones estacionales no es otro que frecuentar en cada momento las aguas que reúnen mejores condiciones alimentarias. A medida que crecen (hasta el kilo y medio de peso se las llama pescadillas) las merluzas se van alejando de las áreas de estiaje y buscan aguas cada vez más profundas.


Arriba y abajo

Las merluzas adultas pasan las horas del día cerca del fondo, alimentándose de peces bentónicos y de moluscos, en particular de cefalópodos, por los que sienten una especial predilección. Durante la noche nadan en dirección a la superficie para cruzarse en el camino que siguen los bancos de arenques, sardinas, boquerones, caballas y, en general, de cualquier especie gregaria de tamaño similar. También son frecuentes los casos de canibalismo o, en determinados puntos de su área de distribución, de especialización predadora sobre eufausiáceos (krill) y otros pequeños crustáceos pelágicos.

Para capturar sus presas, la merluza cuenta con una boca bien armada de dientes. En las zonas externas de las mandíbulas y en el vómer se encuentran unos dientes pequeños y afilados, de implantación rígida, que atenazan fuertemente a la víctima en el primer embate, función reforzada por otros dientes más largos y curvos instalados en una posición más retrasada, y que tienen la propiedad de inclinarse hacia dentro para permitir el paso de peces relativamente grandes. En contraste con esto, que es fácil de comprobar, existe la creencia muy extendida entre los pescadores de que las merluzas no muerden a sus víctimas, sino que las sorben. Esta suposición, que indica un desprecio olímpico hacia la dentadura de las merluzas, se debe a que en muchos de los ejemplares pescados no se encuentra ninguna presa en su aparato digestivo, y como la anorexia está descartada sólo caben explicaciones fantásticas. En realidad, si muchas merluzas tienen el estómago vacío en el momento de ser capturadas se debe a tres motivos fundamentales. El primero es una capacidad digestiva fuera de lo común que impide la presencia continuada de residuos en el organismo. El segundo, todavía sin comprobar, se refiere a la hipotética facilidad con que algunos peces devuelven lo ingerido en caso de peligro. El tercero y definitivo es que las merluzas pescadas en el borde de la plataforma continental se encuentran en plena fase de desove y, al igual que muchos otros peces, desarrollan provisionalmente los órganos reproductores hasta casi atrofiar los digestivos, al tiempo que reducen al mínimo las capturas o las suprimen por completo.

El reto de la vida
Enciclopedia Salvat del comportamiento animal
Tomo 11: «Los cazadores I» (1987)

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