viernes, 29 de abril de 2016

La selección natural como auxiliar de la acción directa del medio

 

Por PIOTR A. KROPOTKIN

Para comenzar, no existe ninguna necesidad de asumir que los inicios mismos de la variación de cualquier organismo se encuentren ya tan bien enunciados como para tener un «valor selectivo» —que sean ya tan útiles en la lucha por la vida—, como nos encontraríamos inclinados a asumir si la variación fuera accidental y no se viera gradualmente reforzada por la acción del medio. Así se elimina una seria dificultad, tan seria que los darwinistas mejor informados lo reconocen, incluso aunque repudien las exageraciones de los críticos de Darwin.

Entendemos, además, por qué las variaciones deben ser acumulativas, Si se deben a una causa definida están abocadas a acumularse durante el tiempo que dure su causa; mientras que no habría razón alguna para suponer que un carácter que parece ser meramente accidental en una generación deba ser reforzado en la siguiente, ya que no existe causa interna o externa que produzca tal efecto. Tal suposición es un hecho contrario a todo lo que sabemos acerca de las desviaciones accidentales y se contradice con la investigación de esa nueva rama, la biometría.

Y, finalmente, comprendemos por qué la variación deber ser correlativa; por qué numerosos órganos deben variar a la vez y apoyar entre sí la variación de los demás —un hecho bastante común en la naturaleza y que aun así representa una de las mayores dificultades para la teoría de las variaciones accidentales—. De este modo, si las alas de un grupo de aves se incrementan un poco como consecuencia de un aumento del ejercicio, apoyado con una mejor alimentación, vemos la causa fisiológica del aumento y comprendemos el motivo por el que todos los músculos, los huesos, los vasos sanguíneos y los nervios conectados con las alas deben sufrir un desarrollo correlativo. O si los ojos de un animal cavernícola se han vuelto inservibles en la oscuridad de la cueva comenzando a atrofiarse, entendemos cómo la función de los ojos deja de tener lugar por una deficiencia fisiológica de los nervios que llegan a éstos, seguida necesariamente de la de los vasos sanguíneos y los músculos conectados a ellos. No necesitamos recurrir a una improbable hipótesis y mantener que aquellos animales que sobreviven mejor son los que realizan mejor la economía de su fuerza vital al despojarse rápidamente de un órgano inútil, con sus músculos, sus nervios y sus vasos sanguíneos. Esa economía es normalmente demasiado pequeña para implicar una ventaja vital. Lo mismo es también válido acerca del desarrollo correlativo de los dientes de un mamífero que se corresponde a un cambio dado en su alimentación o a la degeneración de los dedos de las pezuñas en la raza bovina y en los caballos, y todos los sorprendentes casos indicados por los paleontólogos americanos Cope y Marsh, que muestran cuán difícil es explicar la variación correlativa de los distintos órganos, tanto en su evolución como en su degeneración, en tanto que no reconozcamos que la variación es debida a una acción concreta del entorno.

Por sí mismo, es evidente que aquellos biólogos que reconocen la influencia dominante de la acción directa del medio no niegan necesariamente la intervención de la selección natural. Por el contrario, éstos reconocen absolutamente su utilidad como auxiliar. Simplemente limitan su capacidad. Cesa de ser una selección de variaciones al azar —en la mayoría de los casos, necesariamente indiferente en sus estados incipientes—, para convertirse en una selección fisiológica de aquellos individuos, sociedades y grupos que son más capaces de ajustarse a los nuevos requerimientos a través de una nueva adaptación de sus tejidos, órganos y hábitos. No es tanto una selección de individuos como una selección de grupos de individuos, modificados, más o menos, todos a la vez en una dirección determinada. Es también, para el mundo animal, una selección de aquellos que mejor ejercitan su inteligencia colectiva para disminuir la competitividad y la guerra interna, y para el cuidado de la descendencia gracias al esfuerzo conjunto. Y, para terminar, como no depende de una intensa lucha entre todos los individuos de un grupo, no requiere para su actuación completa de esas épocas excepcionalmente malas, de sequías y tiempos de calamidades que Darwin consideraba especialmente considerables para la selección natural. Tendría lugar tanto en tiempo de abundancia como de escasez, especialmente en tiempo de bonanza y durante las estaciones favorables, cuando la abundancia de alimento y la vitalidad favorecen la variabilidad y dotan de una cierta plasticidad a los organismos. La evolución progresiva se hace así comprensible y nuestra hipótesis se encuentra con lo que realmente conocemos de la variación y la evolución en la naturaleza.

En resumen, cuando vemos en la selección natural a un auxiliar de la acción directa del medio, muchas de las serias dificultades que acosaban el camino del seleccionista desaparecen y dejamos de sentirnos en la necesidad de recurrir a las numerosas hipótesis construidas por el neodarwinismo en su apoyo.

«La acción directa del medio sobre las plantas»
Nineteenth Century and After
(Julio 1910)

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