martes, 15 de marzo de 2016

El futbol, el dinero y el poder


Por HELENO SAÑA

Cada civilización, cada ciclo histórico y cada sistema de poder crea y populariza un determinado espectáculo de masas, un modo de divertirse, un modelo lúdico. No necesito subrayar que el que predomina en la actual sociedad de consumo es el deporte, y dentro de éste, el fútbol. Archisabido es también que el balompié profesional se ha convertido desde hace décadas en una rama de negocios como otra, con la única diferencia de que en vez de fabricar y vender mercancías, comercializa sus goles. Y como ocurre con las demás empresas capitalistas, los clubes están sometidos a las mismas leyes que imperan en el mundo económico: mercado global, competitividad, rentabilidad, inversiones, compras y ventas, balances de pérdidas y ganancias y sueldos astronómicos para los jugadores que más contribuyen a obtener trofeos nacionales e internacionales.

Los equipos han conservado su nombre de origen, pero su plantilla de jugadores se compone cada vez más de profesionales procedentes de los más diversos puntos del globo, de manera que también en este aspecto los clubs futbolísticos han pasado a ser consorcios transnacionales. En este sentido el fútbol no ha hecho más que pasar a formar parte del proceso general de mercantilización que rige los destinos de la Humanidad. Su plena incorporación al reino de Mammón es un hecho deplorable, pero no el único. No menos grave es que sea instrumentalizado por el poder político y mediático a su servicio para manipular y embrutecer a las masas y fomentar su conformismo y su consenso. Como el 'panem et circenses' de la antigua Roma, la droga del fútbol no tiene otro objetivo que el de aturdir al hombre y hacerle olvidar la mediocridad y el vacío de su gris existencia. Es la vieja estrategia del poder para desterrar de la sociedad la conciencia crítica y la insubordinación contra la injusticia reinante.

¡Qué casualidad! Cuanto peor marcha el mundo, cuanto más se multiplican la pobreza, el hambre, el paro, la marginación social, la inseguridad laboral, el miedo ante el futuro y otras anomalías y patologías engendradas por el sistema, más publicidad y más bombo se da al fútbol y más se lo idolatra como el supremo bien. Lo que en sus orígenes hoy lejanos empezó siendo un pasatiempo como otro cualquiera, se ha convertido en una ideología al servicio del poder establecido. Eso explica que los jefes de Estado, jefes de Gobierno y líderes de partido no desperdicien ninguna ocasión para exhibirse en las tribunas y compartir con los 'hinchas' las victorias o derrotas de los respectivos equipos. Aquí también política y propaganda, comedia y cálculo. ¿Qué lógica tiene todo esto? No otra que la lógica de una sociedad alienada, estupidizada e infantilizada al máximo que a falta de un proyecto superior de vida convierte una cosa tan baladí como darle patadas a un balón en un acontecimiento trascendental, sin hablar ya de las oleadas de fanatismo y de violencia que este simple juego desencadena una y otra vez. Ya semanas antes de iniciarse el Mundial de Alemania (2006), la chusma neonazi empezó a sembrar el terror entre extranjeros de origen africano y de otras etnias. Porque eso de que el fútbol contribuye a fomentar el entendimiento y la paz entre los pueblos es una patraña desmentida por lo que ocurre a menudo en el terreno de juego, en los graderíos y en la calle, desde los gritos ensordecedores y los insultos al vandalismo colectivo y la agresión física. Un deporte realmente pacífico y civilizado no necesitaría ser protegido por la policía y demás fuerzas de orden.

Entendámonos: no soy en absoluto enemigo del deporte, tampoco del fútbol, que en mis años mozos practiqué, como el tenis de mesa, el billar clásico y el ajedrez. Confrontado una y otra vez con lo que Unamuno llamaba «el sentimiento trágico de la vida», el hombre necesita la válvula de escape de la distracción y el esparcimiento, de la misma manera que necesita del humor, la ironía y la broma, uno de los aspectos más saludables y gratos de la convivencia interhumana. Precisamente porque el instinto lúdico forma parte de la estructura antropológica y social del hombre — como nos enseñan no sólo Fourier y Schiller— y puede contribuir a humanizar y hacer agradable nuestra estancia en la Tierra, no puedo aceptar que sea desnaturalizado y despojado de su función genuina por gentes que no tienen otra vocación que la de acumular poder y billetes de banco. Aunque nadie me haga caso lo digo: la misión de quienes aman verdaderamente el deporte en general y el fútbol en particular es la de reautentificarlos, desprofesionalizarlos y devolverles su esencia original.

La Clave
Nº 269, 9-15 junio 2006.

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