miércoles, 10 de diciembre de 2014

Los condicionantes de nuestro criterio

El cazador, para justificar su avidez depredadora,
dirá que el animal terminaría muriendo igualmente.


Toda decisión tomada por nosotros está supeditada a las ideas preconcebidas que simplifican nuestros juicios. Estas constituyen un marco frágil pero necesario para formar un criterio

ENCICLOPEDIA DE LA VIDA
(Ed. Bruguera, 1970.)

Nuestras actitudes son el lazo entre el pasado y el futuro. Se hallan soldados por nuestra experiencia anterior y, a su vez, moldean nuestro futuro. Este se tornará pasado y, en tal proceso, nuestras actitudes se transformarán nuevamente.

En un momento dado, todos nosotros albergamos una serie muy complicada de respuestas ante los objetos y situaciones que determinan la conducta. Los factores modifican las actitudes, pero éstas también afectan a la manera como interpretamos dichos factores. Existe una constante relación dinámica entre las culturas en que vivimos, nuestras personalidades, nuestras experiencias y la forma como las interpretamos.

Nuestras actitudes son el punto central de ese torbellino de actividades que enmarcan las relaciones sociales de cada día. Cuando tropezamos con una nueva situación, respondemos de un modo u otro, rechazándola, aceptándola o mostrándonos indiferentes. La respuesta no la determina la casualidad. Sabemos muy bien que nuestras reacciones frente al exterior no siempre son pronosticables, aunque muchas veces sí que lo sean.

Pero, ¿qué es una actitud? Sin hacer referencia a sus orígenes, podemos desglosarla en tres partes: cognoscitiva, afectiva y de reacción. La primera implica que una actitud entraña el conocimiento de unos hechos y valores particulares; la segunda, que una actitud despierta emociones hacia un objeto o situación; y la tercera, que tiene implicaciones relacionadas con la acción. Las tres partes se hallan presentes en cualquier actitud y la fuerza relativa de cada una de ellas impondrá una orientación determinada.

Separar las actitudes de las creencias, opiniones, hábitos o valores no aporta grandes consecuencias, puesto que todos esos términos tienden a subrayar un aspecto particular del mismo fenómeno. Podemos afirmar que una opinión es una actitud dada en público, o que una costumbre se diferencia de una actitud en el hecho de que no implica la expresión consciente de un punto de vista. Las creencias y los valores se hallan más íntimamente relacionados con las actitudes y con todos sus componentes individuales. Una actitud es una organización de creencias respecto al objeto o situación a considerar. Asimismo, los valores tienden a subrayar las actitudes y existe una relación consistente entra ambos. En general, todos solemos poseer unos valores fundamentales, millares de credos y centenares de actitudes, comprendiendo todo el conjunto una especie de sistema de valores. Enfrentados con un problema o situación difícil, nos basamos en las creencias y valores para determinar nuestra actitud.

Tanto los publicistas como los políticos se preguntan, ya desde hace muchos años, cuáles son las razones de las actitudes individuales. No se trata, por tanto, únicamente de una cuestión académica.

Descubrimos en primer lugar una función reajustadora, que tiene por objeto el logro de la mayor recompensa posible a partir de un medio ambiente determinado; presentamos, en efecto, actitudes favorables a aquello que nos proporciona mayor satisfacción.

En segundo término, todos poseemos una función que podemos denominar autodefensiva, que entra en acción, por ejemplo, cuando una persona que sufre un complejo de inferioridad proyecta sus sentimientos hacia un grupo minoritario, enalteciendo así su propia imagen. La función expresiva de valores confirma la posición e identidad propia de un individuo. Y, finalmente, la función de conocimiento trata de dar significado al mundo en que vivimos.

El fumador, aun sabiendo que el tabaco es nocivo y puede perjudicarle,
continúa fumando, diciéndose que una dieta sana le salvará.



Dada la complejidad en la formación de una actitud, fácilmente deducimos que cuando ésta cambia, este hecho implica una variación de muchos de los aspectos que componen nuestra personalidad. Cierto es que la misma actitud puede servir a distintas funciones para individuos diferentes, derivadas de necesidades también dispares.

Uno de los aspectos más interesantes de nuestras actitudes lo revelan los estudios de la relación entre un grupo de actitudes diversas mantenidas por una sola persona. El problema se inició con la obra de León Festinger, psicólogo social americano. Éste halló que el individuo siente un gran deseo de hacer que todas sus actitudes sean consistentes entre sí y de allanar las inconsistencias que se presentan debido al cambio de opiniones o de conducta. Podemos mantener, por ejemplo, que el fumar es nocivo y, sin embargo, seguir fumando. Pero ello representa una contradicción en nuestro interior y quizá la resolvamos decidiendo que el fumar no es malo, o dejando de fumar, o afirmando que el fumar es tan satisfactorio y agradable que vale la pena hacerlo, a pesar de todos los peligros que comporta. De todos modos, sea cual fuere la decisión adoptada, siempre trataremos de hermanar los conflictos que surgen entre nuestra actitud ante algo y nuestra conducta al respecto.

La naturaleza de una actitud está altamente relacionada con aquello que la motiva y pueda hacerla cambiar. Puesto que se trata de una función de la personalidad, es natural que haya individuos más fáciles de persuadir que otros. Y se necesitan diversos medios de persuasión para cada personalidad. Una opinión sociológica, un cambio económico o el desempeño de un papel determinado en la sociedad, tenderá a originar cambios en las actitudes anteriormente existentes. Ahondando más en el tema, podríamos preguntarnos si las actitudes se construyen más en torno a sus elementos cognoscitivos, o sea, sobre el conocimiento de los hechos, o en torno a sus componentes afectivos y emocionales.

El punto central que influye en el cambio de una actitud radica en la presentación de una comunicación particular y en la naturaleza del origen de la misma. Todos sabemos lo difícil que es cambiar el pensamiento de una persona que está firmemente convencida de que tiene razón. Un modo de lograrlo es sugerir que la nueva actitud le favorecerá y que su negativa le acarreará graves consecuencias. Tal vez resulte triste comprobar que la experiencia indica que tales abordamientos emotivos producen más cambios de actitud que una discusión meramente racional.

La fe en lo que se ha comunicado o suministrado como información, es también de suma importancia. En América se realizó un experimento: a dos grupos se les dio la misma información; pero, en un caso, la noticia procedía de un famoso físico norteamericano y, en otro, del diario ruso Pravda. El primero representaba una opinión digna de crédito; el segundo, no. El cambio de actitud en el primer grupo fue más numeroso que en el segundo, aunque ambos recibieron los mismos datos y razones.

Indudablemente, la personalidad tiene cierta fuerza sobre la persuasión, aunque es difícil saber cuál es la relación precisa entre ambas. Algunos rasgos personales que inducen a la aceptación de nuevas ideas son el autoritarismo, el aislamiento social, la riqueza de fantasía y los que se relacionan con las diferencias sexuales. El primero indica la relación entre el respeto y la obediencia a la autoridad; el segundo, que un niño aislado del grupo de los de su misma edad, dará gran valor a la aceptación de la sociedad establecida; el tercero, que el cambio de actitud entraña la anticipación de los premios y castigos y que las personas de imaginación más despierta se dejarán influenciar por las amenazas y promesas; y el último señala que factores tales como la sumisión de las mujeres, inducida por la sociedad, las torna, como grupo, más propensas a la persuasión.

Finalmente, siempre volvemos a los dos puntos de vista básicos en el hombre como ser racional e irracional. ¡Cuán cierto es el aserto del famoso filósofo escocés David Hume!: «La razón es y debería ser solamente la esclava de las pasiones». El hombre no es siempre un animal tan fríamente racional como gusta de proclamar.

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