sábado, 3 de noviembre de 2012

La última entrevista de Agustín García Calvo

Murió el 1 de noviembre en una pirueta solo digna de su personalidad dramática, teatral e irónica. En los quioscos, nuestro número 15, donde publicábamos esta entrevista, acababa de ser sustituido por el siguiente. Nuestro colaborador Gabriel Arnaiz se había desplazado en verano hasta Zamora para hablar con él en su casa. Fue su última entrevista.

FILOSOFÍA HOY


Agustín García Calvo ha sido y es uno de los pensadores más importantes de nuestro país y también uno de los más prolíficos. Pertenece a una estirpe de intelectuales ya extinta capaz de destacar en varios campos al mismo tiempo y cuyo último ejemplar fue Don Miguel de Unamuno. O habría que decir penúltimo, pues García Calvo (últimamente escribe su nombre entre interrogantes, o con las siglas AGC) es el último de los escritores totales. De hecho, hay al menos seis Agustines diferentes en el mismo García Calvo: 1) el lingüista, que reflexiona sobre los intríngulis de la gramática (algunos de ellos verdaderos hitos en el pensamiento contemporáneo, como la trilogía Del lenguaje); 2) el filósofo, que interpreta los textos de Parménides, Zenón o Heráclito y desenreda las paradojas lógicas de las cuestiones más intrincadas; 3) el político, que despotrica de manera inmisericorde contra nuestras instituciones más queridas (como la familia, el amor, la felicidad, pero también contra el automóvil, la televisión, la democracia o el despilfarro); 4) el poeta, que recita versos y canciones en teatros y auditorios; 5) el dramaturgo, que escribe tragedias, dramas y hasta comedias musicales y se esfuerza porque las representen; y 6) el escritor de cuentos y dialoguillos socráticos (como los que últimamente escribe en La Razón). Su actitud recuerda mucho la de los filósofos cínicos, que se oponían a las ideas y convenciones de su época y escandalizaban a sus paisanos por la radicalidad de su pensamiento. García Calvo no es un hombre, es una leyenda (como Diógenes o Crates), una figura mítica (como el Cid o Hércules), hasta el punto de que Juan Manuel de Prada lo ha convertido en un personaje de ficción en una de sus novelas.

Resumamos telegráficamente algunas de sus anécdotas biográficas. Fue expulsado de la universidad franquista, junto con Aranguren y Tierno, por participar en las manifiestaciones estudiantiles de finales de los 60 («Yo sigo viviendo del mayo del 68», ha llegado a decir). Exiliado en París durante una década. Funda una comuna antinacionalista en Zamora. Escribe manifiestos de todo tipo (contra el despilfarro, contra la familia, contra la pareja...). Tiene un affaire muy sonado con Hacienda (lo cuenta en Avisos para el derrumbe). Escribe el himno de la comunidad de Madrid por una peseta. Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio ponen música a varios de sus poemas. Arengador del 15-M. Anarquista impenitente, sermoneador implacable, defensor del incesto (como los cínicos), extravagante en el vestir (se ha dicho de él que parece una «gitana con bigote»; a mí más bien me recuerda a un zíngaro o a un bandolero, con sus camisas superpuestas abotonadas, sus fulares y ese poblado bigote que se une a sus patillas), orador insuperable (Rosa Montero ha escrito de él que es «la más perfecta máquina de hablar que he conocido»). Etcétera, etcétera.

A pesar de haber recibido premios importantes (Nacional de Ensayo en 1990 por Hablando de lo que habla; Nacional de Literatura Dramática en 1999 por la Baraja del rey don Pedro; y Nacional de Traducción en 2006 por el conjunto de sus obras traducidas), sigue siendo un autor bastante desconocido, sobre todo por su negativa a aparecer en televisión («solo existe quien sale en televisión» es uno de sus apotegmas más repetidos) y a publicar en grandes editoriales. Desde que volvió del exilio, ha publicado casi toda su obra en Lucina, una pequeña editorial que creó a finales de los 70. Esta entrevista tiene lugar en su caserón de Zamora, la ciudad que lo vio nacer hace ya casi 86 años.


Como su querido Unamuno, usted se ha caracterizado por escribir contra todo lo que lo que se considera sagrado (la Democracia, la Ciencia, el Individuo, la Paz...), por estar en contra de todo aquello que la sociedad actual considera obligatorio: el trabajo, el automóvil, la televisión, los deportes, Hacienda, la felicidad... ¿Por qué es el no tan importante?
 
 Es el no a todo a lo que se nos impone como sí. Puedes generalizar: el no al Poder de cualquier tipo, a la imposición de los ideales en que el mundo se funda, a la imposición de una educación para los niños del futuro… Cualquier cosa que quieras pensar (la economía, las finanzas) está fundada en una industria positiva. Entonces, cuando se mira bien, se ve ­(basta con echar una ojeada a los Medios) que positiva consiste en «positiva para el Futuro». Es decir, para que, en primer lugar, ya se sepa lo que va a pasar y no haya peligro de imprevisto y, en segundo lugar, para que la gente se anime con cierto optimismo a ir hacia ese Futuro y cumplir las reglas que le corresponden. Todo eso es la Realidad: es el sí. De manera que para qué voy a decirte qué importancia tiene el no si resulta que, como aquí hemos descubierto, la Realidad no es todo lo que hay, que siempre hay un más allá, y eso es lo que secunda cualquier forma de rebelión. Entonces está claro que la manera, el instrumento, el arma para la rebelión es justamente ir contra esas ideas y actitudes positivas que el Régimen nos impone. De modo que no puede pensarse en nada antes de pensar esa posibilidad de decir no, que es hacer no. Es hacer no porque consiste justamente en un hacer que es un decir. Por ejemplo, los discursos de los Ministros del Poder o las cuentas de la Banca de tal o cual sitio pueden tomarse aparentemente como un decir (son palabras, son números), pero al mismo tiempo son un hacer. Así que cualquier sueño de revolución tiene que partir igualmente de que el primer hacer es el decir no. El decir no a lo que está dicho y se nos manda; decir lo que nos viene de más abajo (de no sé dónde), y ese decir es un hacer.

¿Y cómo podría concretarse ese no? (Caigo fácilmente en la trampa de lo positivo y le pido a AGC algunas pautas de acción específicas).

 
 Insisto: ese decir es un hacer. Al decir: «Está bien, a lo mejor tienes razón en lo que dices, pero ¿cómo se hace?». Hay que saber responder: se está haciendo ahora. Si de verdad se está descubriendo una mentira, eso es una acción y se está haciendo ahora. Porque eso de hacer planes para el Futuro, de volver a recaer incluso en pensar una revolución futura, eso es imitar al Régimen, sus armas y sus ideas. El Futuro es de ellos; el Futuro es del Dinero. El Dinero, que no sabe ser más cosas que Futuro y que es al mismo tiempo la administración de muerte. Por tanto, una rebelión no puede tener Futuro: una rebelión de boca o de mano se está haciendo ahora o no se está haciendo.

¿Podría explicar con más detalle qué quiere decir cuando se refiere al Régimen?

 

Me estoy refiriendo a cualquier forma de Gobierno y de opresión que en el mundo ha habido a lo largo de la historia. Hay que decir que esto no es tan largo como se hace creer: la historia no son más que unos diez mil años. Es decir, que antes de la escritura, antes de la dominación política avanzada no sabemos en verdad qué es lo había, qué es lo que la gente hacía, qué es lo que pensaba o lo que quería. El Régimen del que hablo se puede referir a cualquier Régimen de la historia, sin ninguna distinción de clases, de monarquías, de democracias. Simplemente suelo emplear el término para referirme al actual, porque es el que tiene más interés. Cuando digo Régimen es como si estuviera pensando que todos los Regímenes de la historia están contenidos en este o residen en este, y este es el que todos vosotros sabéis: el Régimen de la Democracia Desarrollada. El Régimen cuyo primer artículo de Fe consiste en que cada uno sabe adónde va, qué es lo que quiere, qué es lo que vota, etc., y que por tanto es Él (el Individuo) el que crea y maneja el Poder: la estupidez de pensar en un poder del pueblo. De manera que ese es el Régimen (que después de todo no es más que el Régimen del Dinero). Porque desde que se estableció hace unos 60 años en el mundo avanzado, este Régimen consistió en abandonar prácticamente del todo la separación entre Capital y Estado: El Estado es el Capital y el Capital es el Estado. Es inútil y muy dañoso cada vez que uno (político o no político) quiere volver a separar, a distinguir, entre los funcionarios del Estado y los funcionarios de la Banca y del Poder: son los mismos. Y si se diferencian en clases es para disimular.

Y en esa lucha contra el Régimen del Dinero en el que se fusionan Estado y Capital, ¿qué papel juega ahí la Fe?

 
 Lo que yo llamo la Fe consiste en hacer creer a la gente que la Realidad es todo lo que hay, en contra del descubrimiento que el sentido común ha hecho ya: que la Realidad no es todo lo que hay. Consiste en hacerle creer al niño, cuando se va haciendo muchacho o muchacha, que «las cosas son como son, hijo mío»; en hacer creer que cuando la Ciencia se vulgariza en los Medios, está diciendo la verdad acerca del mundo; en hacer creer que, efectivamente, nuestras vidas dependen de cualesquiera medidas económicas o políticas que se toman en España o en Europa, y que, por tanto, se están discutiendo todos los días ahí, en los palacios del Poder, cosas decisivas y trascendentales que van a afectar a nuestras vidas: todo eso es el reino de la Mentira. Y es contra ello contra lo que cualquier forma de hacer no o de decir no es tan importante.

Ha mencionado el sentido común (que es como usted traduce el logos de los griegos, y muy especialmente de Heráclito: esa razón universal que todo lo penetra), pero ¿cómo podemos desprendernos de estas creencias y dejar que esa razón común brote en nosotros?

 

Que las cosas queden claras: tú no vas a desprenderte de la Fe mientras no te desprendas de ti mismo en alguna medida. No hay ninguna persona individual que se salve. Así que, cuando decimos que se trata de dejar que hable el pueblo (lo que queda de él), ese pueblo está negando las personas. De manera de que no se trata de ninguna norma de conducta: «Desde mañana voy a abandonar mi Fe en la Democracia, voy a dejar de creer». Eso o te pasa o no te pasa. Y en la medida en que te pasa es que has dejado un poco de ser tú mismo, has renunciado hasta cierto punto a tu persona, a tu situación y a todo a lo que al Poder le gusta que seas. De modo que tú no tienes que hacer nada. La Fe se pierde en la medida en que uno descubre (y eso está a mano: a solas, entre amigos, incluso entre algunos de los amigos muertos de los que nos ha quedado memoria o palabras) que todo lo que te contaban era mentira. Y eso es lo primero que el Poder defiende. No hay Poder que no procure, antes que nada, mantener una forma de Fe que debe extenderse a la mayoría de la población. Que la Fe sea de orden religioso, político o financiero da igual, porque son la misma. Pero la necesidad de hacer creer, lo mismo que con los curas del Antiguo Régimen, sigue estando en nosotros.

Y para el mantenimiento de esa Fe en la Realidad que sostiene el Régimen actual, ¿qué función juegan los Medios de comunicación (o «Medios de formación de masas», como usted prefiere denominarlos)?

 
 Yo puedo hablar de los Medios así, en general, tratando de abarcarlos a todos, lo que no es el procedimiento más recomendable. Pero puedo atacarlos mejor hablando de lo que siempre importa más en esta guerra y que son las Mayorías: lo que al Capital y al Estado le gusta y reconoce ante todo como Mayorías. Y las mayoría de los Medios (incluidos no solo los diarios, las revistas para señores y señoras, las revistas financieras, las entradas en la red y comunicaciones de uno y otro tipo, los libros de divulgación científica y las obras de solaz o entretenimiento, sino incluso todas aquellas publicaciones que tratan de descubrir la mentira y denunciarla) quedarían incluidas en la Mayoría. De manera que, a pesar de todas las pretensiones de crítica y de negatividad, resultaría que los Medios (así, en mayoría) están destinados a servir al Señor. En último grado, nuestra teología, que es la Ciencia (la Ciencia representada por los físicos ortodoxos y demás), está hecha para servir al Señor, es decir, para hacer creer. Pero únicamente hay que añadir (en esto como en lo demás), para que esta lucha no consista en un puro desánimo, que eso es nada más que la Mayoría, lo mismo que en las poblaciones. Todo lo que puedo decir es que hacen mal los chicos y chicas, padres y madres que se lo creen y que repiten lo que les cuentan y que están manteniendo la Fe. Y luego hay que añadir que «Eso no son Todos». En la Realidad no hay Todos: esos no son más que la Mayoría. Los demócratas quieren hacerte creer que una Mayoría suficiente es lo mismo que Todos, pero no es verdad, eso son matemáticas para el engaño. No es verdad: La mayoría nunca son todos. Y, por tanto, también así de los Medios, encontrarás en los libros, en las bibliotecas, de vez en cuando, alguno de esos amigos que decía antes, alguno de esos amigos muertos, y que de alguna manera siguen hablando a través de la escritura. Por eso no puede uno imponer un desprecio a su vez totalitario respecto a la labor posible de las letras, de las ciencias y de los Medios. Hay que recordar que la Mayoría es la Mayoría. Y por otro, cualquier cosita que se pueda hacer en contra se está haciendo en contra de una Mayoría. Y no puede uno quejarse mucho de eso porque ya se sabe que una publicación mayoritariamente es lo que está mandado que sea.

 ¿Quiénes serían esos amigos muertos, a los que se ha referido con tanto cariño, que podrían ayudarnos en ese combate contra el Régimen?

 
 Aquellos que nos pueden llegar desde la muerte a través de la escritura. De mis oficios más veteranos soy un filólogo, y por eso a mí me encanta tratar de leer cada vez mejor lo que nos queda de los libros de Heráclito de Éfeso, leer mejor también a Sócrates, otras cosas también en castellano viejo o en latín. De manera que esos son algunos de mis amigos, los que están enterrados en las letras, porque de vez en cuando hay que contar con amigos. Cuando yo empecé a sentir esto, en la adolescencia, me volcaba en la biblioteca de mi padre, que era un hombre muy leído, y que me dejó meterme en ellos, contaba con los libros como los de Don Miguel de Unamuno y Antonio Machado. Los leía y me gustaban mucho. Y desde entonces para mí han quedado como amigos. No quiero insistir mucho en la enumeración de los amigos, pero para que se vea que así como hablo de la mayoría de los vivos como vendidos (vendidos al Poder), así también el dominio de la muerte no llega a ser tan absoluto como ellos se creen, e incluso a través de los Medios, uno puede llegar a ver sombras o insinuaciones de la Mentira de lo que nos venden.

 ¿Y cómo podemos resistir los embates de esa Mayoría? ¿Cómo podríamos contrarrestar la idiotez ambiental que nos sepulta?

 
 Hay que volver un momento al término griego. Idiota es una palabra griega, es decir, es una de esas palabras que vienen de Arriba, de la escuela, y que la gente ha adoptado de vez en cuando a lo largo de los siglos. Idiotés era el particular, el unitario, el que sabe quién es, el que tiene su idea, el que tiene su fe; en fin, el particular y siempre el particular. Que era lo que a la Democracia, desde que se fundó en algunos Estados griegos, le gustaba: eran con esos con los que había que contar. Por tanto, que el otro (lo poco que nos queda de pueblo) descubra la mentira en eso y, en vez de emplear el término de una manera seria, lo emplee de la manera en que suele emplearlo. Cuando dice «idiota» querría decir incapaz de sentido común. Lo particular, lo idiótico y, por tanto, lo mayoritario es lo contrario de lo común. Esta rebelión del pueblo que no existe (pero que lo hay) es una rebelión de lo común contra lo particular y, por tanto, contra lo mayoritario.


 Tengo entendido que ese poco que nos queda de pueblo, esa razón o sentido común, se manifiesta en nosotros a través de la lengua. ¿Cómo sucede esto?

 
 Esa ha sido otra de mi dedicación costante como gramático y como lingüista. Como gramático de diversas lenguas (de las que me han caído) y como lingüista que aspira a pasar de ahí a un descubrimiento de la Lengua en general. La Lengua en general, que no existe en el mundo de la Realidad, sino que solo se manifiesta por medio de las lenguas de Babel (es decir, por medio de toda la innumerable cantidad de dialectos y de lenguas entre los que cada uno ha caído o se ha enredado), es muy importante (aún tomado en el sentido de lengua particular, de idioma). Este istrumento es muy importante, tanto más cuanto que las personas no tienen mucho que ver con ella de manera cosciente ni se enteran gran cosa de lo que hacen cuando la usan. Es interesante comprobar que incluso los que creen que saben son muchas veces los que menos saben y, en cambio, la gente corriente (que no sabe nada de lengua) es la que mejor habla en cuanto se la deja hablar y cuando se le deja que por su boca salgan tal vez razones de sentido común de vez en cuando. Con este descubrimiento elemental, al que he dedicado los tres libros del lenguaje e incluso unos Elementos gramaticales destinado a los institutos de secundaria…

¿Para cuándo unos Elementos filosóficos?
 
No olvides que si, contra la Gramática estoy a medias, contra la Filosofía estoy del todo. Por ejemplo, en uno de los libros que podrían llamarse filosóficos, en Razón Común (mi comentario a los fragmentos de Heráclito), se ve la separación que hago entre un pensamiento más o menos libre y desmandado y lo que se ha venido llamando Filosofía desde Platón y, sobre todo, Aristóteles.

En este punto se interrumpe nuestra entrevista. AGC estaba cansado y su hijo intercedió para que le dejásemos descansar. Su voz cautivadora era casi un murmullo inaudible que a veces costaba entender. Había sufrido recientemente un ataque al corazón (y por lo visto no era el primero) y era la primera vez en más de una década que no asistía a su tertulia política de los miércoles del Ateneo de Madrid. Le dejamos revisando su traducción de Lucrecio, de la que prepara una nueva edición corregida. Nos fuimos con ganas de seguir escuchando durante horas y horas a uno de los más grandes artistas de la palabra que ha dado nuestra tierra. Y es que «la voz de Sócrates es un encanto perpétuo para los oídos de los muchachos», como escribió en ¡Viva Sócrates!, un artículo incluido en Que no, que no (Lucina, 1998). Y aunque nosotros ya no somos tan jóvenes, todavía resuena en nosotros la voz del último socrático (o del último presocrático). Porque como a él le gusta decir, «Sócrates no es otra cosa que el último de los presocráticos». 

❖ Gabriel Arnaiz

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