domingo, 18 de diciembre de 2011

Sobre nuestras microscópicas amigas

Por SHARON MOALEM y JONATHAN PRINCE

Para entender realmente las relaciones entre los humanos y los millones de microbios que viven en nuestro interior tenemos que descartar la noción de que todas las bacterias son malas, los microbios unos merodeadores y los virus unos villanos. Lo cierto es que hemos evolucionado en tándem con todos esos organismos microscópicos, la mayoría de las veces para nuestro mutuo beneficio. La manera en que nuestros organismos funcionan hoy en día está directamente relacionada con nuestra interacción con agentes infecciosos durante millones de años. Desde nuestros sentidos a nuestra apariencia o la química de nuestra sangre han estado determinados por la respuesta evolutiva a la enfermedad. Incluso la atracción sexual tiene relación con las enfermedades. El atrayente olor de alguien que le atrae sexualmente suele ser un signo de que usted y esa persona tienen sistemas inmunológicos distintos, lo que le otorgaría a un hijo común una mayor inmunidad que la de sus padres.

Por supuesto, no sólo nos las hemos arreglado para controlar organismos externos, o ellos han evolucionado para controlarnos. Tal vez no haya enviado invitaciones, pero mientras está leyendo esto está haciendo de anfitrión para una extraordinaria fiesta de microbios. De hecho, si su cuerpo fuese una fiesta y sus células los anfitriones, estaría siendo superado numéricamente en su propio campo. Un adulto humano tiene diez veces más células microbiales «extrañas» que células de mamífero. Si las pusiéramos todas juntas encontraríamos más de 1.000 tipos de organismos microbianos distintos, con un peso total de 1.360 gramos y una cantidad estimada de 10 a 100 billones de organismos. Y en lo que respecta al material genético, el desequilibrio es aún mayor: los microbios que viven en nuestro interior contienen entre todos cien veces más genes que nuestro genoma. Lo cierto es que vivimos en un mundo microbiano.

La mayoría de estos microbios se encuentran en el sistema digestivo, donde desempeñan un papel decisivo. La bacteria (o flora) intestinal ayuda a crear energía descomponiendo alimentos que nosotros solos no seríamos capaces de descomponer, enseñan a nuestro sistema inmunitario a identificar y atacar organismos perjudiciales para nosotros, estimulan el crecimiento celular e incluso nos protegen contra bacterias dañinas. De hecho, los problemas digestivos que mucha gente tiene cuando toma antibióticos están relacionados directamente con la pérdida de esas bacterias saludables. Los antibióticos de amplio espectro son como los bombardeos de saturación: matan todo a su paso y no hacen distinción entre enemigos, aliados o inocentes transeúntes. Ésa es la razón de que muchos médicos recomienden comer yogur cuando se toman antibióticos: las bacterias del yogur son saludables (probióticas) y pueden proporcionar la asistencia digestiva que normalmente lleva a cabo la flora bacteriana hasta que ésta vuelva a sus niveles habituales.

Sin embargo, no todas las bacterias que viven en su interior son tan amigables; en estos momentos podría estar cobijando a Neisseria meningitidis, Staphylococcus aureus y Streptococcus pneumoniae, las bacterias que provocan, respectivamente, la meningitis, el síndrome del shock tóxico y la neumonía. Afortunadamente, los millones de aliados microscópicos en su intestino también han asumido la responsabilidad de mantener a los malos bajo control.

Mediante lo que se llama el «efecto barrera», las colonias de flora intestinal evitan que esas bacterias peligrosas crezcan hasta niveles de riesgo y dominen los recursos en el tracto digestivo. Así consiguen bloquear a los invasores extraños. De hecho, las bacterias útiles trabajan junto con nuestros cuerpos para asegurar la nutrición necesaria para su propia supervivencia y reproducción, pero no tanta como para que las bacterias perniciosas puedan afianzarse…

La ley del más débil, 2006.

Colaboración entre nuestras bacterias comensales y las células
fagocíticas del sistema inmunitario del cuerpo (o ecosistema) humano.

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