sábado, 9 de abril de 2011

Libia es otro caso de vigilancia selectiva por Occidente

«El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra.
Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe.»


WILLIAM SHAKESPEARE

Por Tariq Alí


El bombardeo respaldado por Naciones Unidas para derrocar a Gadafi, mientras apuntala a otros despotas en el mundo árabe, es auténticamente hipócrita

La intervención de EE UU y la OTAN en Libia, con la cobertura del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es parte de una respuesta orquestada para mostrar el apoyo al movimiento contra un dictador particular, y haciéndose, para poner fin a las revueltas árabes afirmando el control occidental de la situación, confiscando su ímpetu y espontaneidad y buscando restaurar el statu quo ante.

Es absurdo pensar que las razones para bombardear Trípoli o para el «tiro al pichón» en las afueras de Bengasi están concebidas para proteger a la población civil. La utilización de argumento está concebida para atraerse el apoyo de los ciudadanos euro-norteamericanos y de parte del mundo árabe. «Miradnos», dicen los sátrapas Obama/Clinton y los de la UE, «estamos haciendo el bien. Estamos del lado del pueblo». El cinismo es tan patente, que quita el aliento. Se supone que debemos creer que unos dirigentes que se han manchado las manos de sangre en Afganistán y Pakistán están defendiendo ahora al pueblo libio. Los degenerados medios de comunicación británicos y franceses son capaces de tragarse cualquier cosa, pero el hecho de que gentes decentes de «izquierdas» caigan todavía en este estercolero resulta deprimente. La sociedad civil se conmueve fácilmente con algunas imágenes, y la brutalidad de Gadafi en el envío de su fuerza aérea para bombardear a su pueblo fue el pretexto utilizado por Washington para bombardear otra capital árabe. Entretanto, los aliados de Obama en el mundo árabe se aplicaban con empeño a la tarea de promover la democracia.

Los saudíes entran en Bahrein, en donde la población es tiranizada y se producen arrestos masivos. No se dice mucho de eso en Al-Yazira. Me pregunto por qué. Se diría que esta emisora ha sufrido últimamente las oportunas presiones para que se allanara a la política de quienes la financian [la familia real qatarí].

Todo eso con apoyo activo de los EE UU. El déspota de Yemen, impugnado por la mayoría de su pueblo, sigue masacrándolo día sí y otro también. Ni siquiera un embargo de armas, por no hablar de una «zona de exclusión área» se le ha impuesto. Libia es otro caso más, pues, de vigilancia selectiva por parte de EE UU y sus perros de presa occidentales.

Pueden contar con Francia. Sarkozy estaba desesperado por hacer algo. Incapaz de salvar a su amigo Ben Ali en Túnez, decidió ayudar a desembarazarse de Gadafi. Los británicos, siempre dispuestos; y en este caso, habiendo sostenido al régimen libio en las dos últimas décadas, tratan de ponerse del lado correcto para no perder el reparto del botín. ¿Y qué iban a hacer?

Las divisiones que en toda esta operación se han registrado dentro de la elite político-militar norteamericana dejan ver que no hay un objetivo claro. Obama y sus sátrapas europeos hablan de cambio de régimen. Los generales se resisten, y dicen que eso no forma parte de la operación. El Departamento de Estado norteamericano se afana en la preparación de un nuevo gobierno compuesto de colaboradores libios angloparlantes. Nunca sabremos ya cuánto tiempo habría aguantado unido el ejército descompuesto y debilitado de Gadafi ante una oposición fuerte. La razón de que Gadafi perdiera apoyos en sus fuerzas armadas fue precisamente que ordenase disparar contra su propio pueblo. Ahora habla de la voluntad imperialista de derrocarle y hacerse con el petróleo, y muchos que lo desprecian pueden ver que eso es verdad. Otro Karzai está en camino.

Las fronteras de este escuálido protectorado que Occidente se apresta a crear se decidirán en Washington. Incluso los libios que, por desesperación, apoyan ahora los bombardeos aéreos de la OTAN terminarán, como sus equivalentes iraquíes, lamentándolo.

Todo eso podría terminar culminando en una tercera fase: en una creciente cólera nacionalista que se extienda por la Arabia Saudí; y aquí, no les quepa duda, Washington hará todo lo necesario para mantener en el poder a la familia saudí reinante. Si pierden la Arabia Saudí, pierden los Estados del Golfo. El asalto a Libia, al que ha contribuido por mucho la imbecilidad de Gadafi en todos los frentes, ha sido concebido para arrebatar la iniciativa a las calles y aparecer como en primera línea de la defensa de los derechos civiles. No convencerán a los bahreiníes, egipcios, tunecinos, saudíes y yemeníes, y aun en Euro-Norteamérica son más los que se oponen a esta aventura que los que la apoyan. La lucha anda lejos de estar decidida.

Obama habla de un Gadafi inclemente, pero la clemencia occidental nunca cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Sólo resulta una bendición para el poder que la dispensa, el más poderoso de los más poderosos.

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