lunes, 6 de octubre de 2008

Las antenas de telefonía móvil

En los últimos años se viene observando en España —más que en otros países de nuestro entorno— una preocupación por los posibles efectos patógenos de las antenas de telefonía móvil que raya en la histeria colectiva. Sin embargo, los principios científicos lo tienen claro: una radiación sólo puede tener tales efectos cuando interacciona con las moléculas de los seres vivos. Y la interacción de las ondas de radiación con las moléculas está perfectamente estudiada. Desde Max Planck, se sabe que hay una energía asociada a cada tipo de radiación. La energía de una radiación es directamente proporcional a su frecuencia. Y la frecuencia de las radiaciones que utilizan los teléfonos móviles es tan baja que su energía no puede modificar en absoluto nuestras moléculas. Sin alteración de las moléculas, no hay enfermedad.

Se argumentará que Planck podía estar equivocado. Pero es que las contribuciones de este científico constituyen parte de lo más básico de la ciencia del siglo XX. Si el trabajo de Planck es incorrecto, casi toda la física del siglo pasado se derrumba. Y, si casi toda la física estaba mal, ¿cómo hemos conseguido fabricar telefonos móviles?, por no hablar de poner un hombre en la Luna.

Frente a datos científicos de solidez extrema, se oponen argumentos subjetivos («parece que el niño duerme mal desde que pusieron la antena») o vagos («me han asegurado que...»). Pero lo cierto es que, tras numerosísimos y detallados estudios médicos y epidemiológicos, no se ha conseguido encontrar una correlación entre exposición a antenas de telefonía móvil y enfermedad. No podía ser de otra manera, cuando la vida en el planeta Tierra comenzó, y se ha perpetuado durante 4.000 millones de años, rodeada de radiaciones electromagnéticas de la misma naturaleza de las que ahora generan los teléfonos móviles. También aquí se ponen de manifiesto las limitaciones del método científico cuando los ciudadanos exigen que la ciencia demuestre que estas radiaciones no conllevan ningún riesgo para la salud. Como hemos visto antes, una de las limitaciones inherentes al método científico es que no puede demostrar algo negativo, como la ausencia de riesgo. Como mucho puede indicar, e incluso medir, la probabilidad (en este caso absolutamente despreciable) de que un riesgo se haga realidad. Lo irónico de esta situación es que, en paralelo a la histeria colectiva frente a las antenas de telefonía móvil, proliferan por doquier las instalaciones de rayos ultravioleta con fines estéticos, cuando las radiaciones ultravioleta son, según los mismos principios físicos de Planck y la amplia evidencia experimental, potentes mutágenos y cancerígenos.

Juan Ignacio Pérez Iglesias/Felix M. Goñi,
«Las actitudes anticientíficas y las sociedades abiertas».

4 comentarios:

lobo estepario dijo...

Muy buenas! Quería dejar dos enlaces en los que se muestra la preocupación de la comunidad científica respecto a las antenas de telefonía móvil y campos electromagnéticos:

http://www.avaate.org/article.php3?id_article=1737

http://www.avaate.org/article.php3?id_article=1768

Un saludo.

KRATES dijo...

Pues va a ser que estos dos amigos del Gámez (y cuyo texto he puesto) están equivocados. Se ha investigado en fetos de roedores que las radiaciones de la telefonía móvil sí que les afecta, y los roedores son mamíferos como los primates (o sea, nosotros los humanos).

http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2012/03/la-radiacion-del-telefono-movil-afecta.html

Tommaso della Macchina dijo...

El Sr. Gámez profesa un escepticismo que tiende a exculpar a los grandes intereses económicos, en este caso a las grandes empresas de telecomunicaciones. Pero no hay que pensar mal, compañeros: es por pura casualidad... ¿o no?

KRATES dijo...

El Sr. Gámez es un periodista, sin más, que va de defensor de la «verdad» científica, sin saber que la Ciencia tiene sus limitaciones. Un científico honesto sabe que no está todo dicho en ciencia, y que una cosa es recoger datos, y otra es explicarlos. Su escepticismo no es científico, sino cientifista. A mí también me caen mal los magufos charlatanes, pero los periodistas son igual que ellos.