miércoles, 17 de septiembre de 2008

Contra el Toro de la Vega

Otro año más que el toro sale perdiendo en el supuesto «Torneo» del Toro alanceado de la Vega en la localidad vallisoletana de Tordesillas. La víctima se llamaba Valentón, de pelo negro y 575 kilogramos de peso, cinqueño nacido en noviembre del 2002, perteneciente a la ganadería charra de Peña de Francia, que tras cinco minutos de martirio y, al no poder alcanzar el límite que le conducía a la libertad y vida, fue abatido de dos lanzazos.

Ayer, martes 16 de septiembre, más de unas treinta mil personas asistieron al tradicional espectáculo (de interés regional y etnográfico como lo describe la Junta castellano-leonesa) sangriento del Toro de la Vega, que dio comienzo a las once de la mañana. Tras recorrer las calles del pueblo y cruzar el puente, llegar al campo y pasar las primeras banderolas, que indican la limitación donde empieza la tortura auténtica del animal, y suena el petardo que da inicio al alanceamiento indiscriminado a los siete minutos. Aunque hay más de un centenar de jinetes, muchos con picas, que persiguen a Valentón, son en torno a una veintena los lanceros (la mayoría a pie) quienes le pinchan durante un rato de suplicio. A las 11.12 es abatido de dos certeros lanzazos.

A esta vergonzosa costumbre lo llaman Torneo... En un torneo los contendientes están en igualdad de condiciones y conocen ambos las reglas. Un toro solitario acosado por varias personas y con poca posibilidad de escapatoria, al estar rodeado en un momento de jinetes y peatones armados de lanzas con punta de acero, en un terreno que desconoce, no lo es. Una cosa es matar para comer y otra muy distinta es hacerlo por diversión. Y lo más sorprendente de todo es que los mismos participantes en semejante espectáculo además de autoengañarse al creer que el animal no sufre dolor alguno, quieren convencer al resto de la gente de semejante insensatez.

El toro de lidia ha sido criado para que reaccione de una manera agresiva y violenta ante el dolor, para eso seleccionan a los ejemplares menos inteligentes y más bravos, porque a un toro inteligente cuando le hacen daño lo que hace es alejarse de la fuente que le produce ese dolor, un toro manso. Y no quieren ver como el animal manifiesta su malestar ignorándolo por completo y hasta negándolo.

Eugenio Noel escribía al respecto:

¿Qué hallará esta gente en esa cara, que lejos de conmoverse con su visión se crece más en la barbarie?... No ven, no sienten que esa cara llora; ven y sienten que no suplica, que no gime perdones, que si brama es de furor y de venganza, y esto irrita a los bárbaros hasta el delirio. Increíble parece tan estupendo y poco razonable ensañamiento. Puede divertir quizás el derribar un becerro en campo abierto, y ello exige maña, fuerza, equitación probada y cierta gentileza; pero... ¡arrojarse en pelotón, en escuadrones, y lancear y mechar un toro cocido vivo y acosado...!

Se dice que es un ritual que hunde sus raíces en la Baja Edad Media, durante el reinado de Pedro I de Castilla (siglo XIV), pero... ¿todo lo tradicional o étnico ha de estar eximido de crítica alguna? ¿Qué tiene de interés turístico el acoso y derribo de un solitario animal en campo abierto por parte de una turba de energúmenos que lo alancean hasta la muerte? Qué valientes...

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