viernes, 11 de abril de 2008

Sobre la «criptozoología»

Algunos lo consideran como ciencia, aunque está más próxima a la pseudociencia y otras trivialidades esotéricas. Aquí os pongo parte del artículo de la revista número 2 de El Escéptico titulado «El arca de Noé de los seres extraordinarios», de Xabier Pereda Suberbiola y Nathalie Bardet:

La criptozoología del griego kryptos, oculto, desconocido, misterioso nació como disciplina con pretensiones científicas en 1955 con la publicación del best-seller: Sur la piste des bêtes ignorées, obra del zoólogo belga Bernard Heuvelmans. Heuvelmans puso a punto una metodología con el fin de rastrear e identificar los animales desconocidos o ignorados por la ciencia. Los criptozoólogos defienden que detrás de cada enigma zoológico se esconde una especie por descubrir o que se supone extiguida. Para legitimar sus propósitos, Heuvelmans creó en 1982 la Sociedad Internacional de Criptozoología (ISC), con sede en Tucson, Arizona. La ISC ha adoptado al okapi como símbolo y edita periódicamente el boletín Cryptozoology. La lista de animales ocultos o misteriosos crece con el tiempo y se cifra actualmente en más de 150 criptoespecies. Entre los mismas, se dan cita félidos desconocidos, marsupiales supuestamente desaparecidos, gigantescos pulpos y serpientes de mar, monstruos acuáticos, dinosaurios, pterosaurios y otros reptiles prehistóricos, mamuts supervivientes y grandes homínidos salvajes [Mackal, 1983; Barloy, 1985; Heuvelmans, 1995] .

A imagen y semejanza del profesor Challenger, personaje de ficción creado por Arthur Conan Doyle, los criptozoólogos más recalcitrantes organizan expediciones a lugares recónditos del planeta con la esperanza de encontrar mundos perdidos poblados de animales misteriosos. El biólogo Roy Mackal, empleado de la Universidad de Chicago, ha viajado varias veces hasta Africa central con la intención de atrapar al Mokele-Mbembe, un supuesto dinosaurio que se oculta en los pantanos del norte del Congo. La cirujano franco-rusa Marie-Jeanne Kauffman obtuvo una subvención del prestigioso Collège de France para financiar una expedición a las montañas del Cáucaso en busca del Almass (o Almasty), un primo hermano del Yeti. Y qué decir del número de rastreos efectuados en el lago Ness de Escocia en busca de su famoso inquilino acuático. Todos estas tentativas se han saldado con rotundos fracasos.

Los criptozoólogos emplean una jerga pseudocientífica en sus libros y artículos y son grandes consumidores de nuevas tecnologías. Uno de sus pasatiempos favoritos es dar nombres científicos a los animales que persiguen. Por ejemplo, Heuvelmans propuso que el monstruo del lago Ness era un pinnípedo desconocido, concretamente un otario gigante de cuello largo, y lo bautizó Megalotaria longicollis [Heuvelmans, 1965]. Diez años más tarde, Peter Scott y Robert Rines, de la Academia de Ciencias Aplicadas de Boston, Massachussetts, publicaron unas fotografías de Nessie en la prestigiosa revista inglesa Nature. Dijeron que se trataba de un plesiosaurio con aletas en forma de rombo y lo denominaron Nessiteras rhombopteryx [Scott y Rines, 1975]. Posteriormente, se supo que las fotos habían sido retocadas [Merino, 1987]. Otro caso es el del popular hombre de Minnesota, un ser simiesco que se exhibió en las ferias norteamericanas preservado en un bloque de hielo. En 1969, Bernard Heuvelmans y el zoólogo escocés Ivan Sanderson confirmaron su autenticidad y le dieron por nombre Homo pongoides. La criatura desapareció sir dejar rastro pero la Smithsonian Institution de Washington comunicó más tarde que se trataba de un muñeco de látex [Napier, 1973; Broch, 1991]. El Yeti o abominable hombre de las nieves también ha recibido varios nombres, siendo uno de ellos Dinanthropoides nivalis [Heuvelmans, 1958].

La creación de nombres binomiales basados en conceptos hipotéticos es rechazada por la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica (ICZN). Esta comisión vela por los intereses de la nomenclatura zoológica y paleozoológica, a través de un código o conjunto de reglas y recomendaciones que preconiza la estabilidad e universalidad de los nombres científicos de animales [International Code of Zoological Nomenclature, 1985]. Los científicos deben apoyarse en pruebas concretas un espécimen tipo conservado en un museo o institución, descrito e ilustrado convenientemente en una revista científica reconocida para erigir una nueva especie. Esto equivale a decir que las especies descritas por los criptozoólogos no son formalmente válidas ya que no cumplen los requisitos necesarios.

El ornitólogo Jared Diamond reconoce que resulta fácil ridiculizar a los criptozoólogos [Diamond, 1985]. Los pretendidos cazadores de monstruos se interesan únicamente en la llamada caza mayor. La posibilidad de encontrar un dinosaurio rezagado en Africa, un mamut en Siberia o un gigantopiteco en Asia es practicamente nula, pero seduce más a los criptozoólogos que la búsqueda de nuevas especies de insectos en zonas tropicales o de aves en las islas del Pacífico. A los criptozoólogos, tampoco parece importarles que numerosas especies de plantas y animales desaparezcan todos los días a causa de la polución y la desforestación. Su objetivo parece limitarse a buscar la notoriedad persiguiendo presas espectaculares [Simpson, 1985]. De hecho, limitan generalmente su campo de investigación a los animales cuya talla supera los 30 centímetros de longitud [Raynal, 1997].

Esta caprichosa restricción les lleva a interesarse especialmente en los grandes vertebrados y en algunos grupos de invertebrados como los cefalópodos. Mal que les pese, han dejado escapar grandes mamíferos en el sudeste asiático, como es el caso del saola, un bóvido descubierto recientemente en Vietnam. A pesar de mencionarlo en todos sus informes, los criptozoólogos tampoco participaron en la caza del celacanto, el famoso pez considerado fósil del que se han recuperado varios ejemplares vivos en aguas de las islas Comores. Otro tanto cabe decir del okapi, un giráfido africano, y de otros muchos mamíferos y reptiles descubiertos en pleno siglo XX. El escaso bagaje de los criptozoólogos puede estar motivado por sus propias exigencias metodológicas. Michel Raynal, impulsor del Instituto Virtual de Criptozoología, en Francia, sostiene que el descubrimiento fortuito de nuevas especies es algo frecuente en zoología, pero no así en criptozoología. Raynal [1997] pretende que su disciplina tiene un carácter predictivo, en el sentido de que aspira a anticipar los descubrimientos zoológicos futuros. Por desgracia, las evidencias aportadas por los criptozoólogos son paupérrimas. La mayor parte de las pruebas es de tipo testimonial y las escasas pruebas circunstanciales no están apoyadas en especímenes completos ni en evidencias físicas irreprochables. En el mejor de los casos, se trata de fotos borrosas o restos anatómicos de dudosa procedencia [Napier, 1973; Binns, 1984; Diamond, 1985].

El folclorista Michel Meurger ve en los criptozoólogos a los herederos excéntricos de los naturalistas del Siglo de las Luces: su misión es el desencantamiento del mundo y la racionalización de las criaturas legendarias. Los criptozoólogos extraen del folclore popular las informaciones necesarias para poder naturalizar adecuadamente a los seres fabulosos. En este sentido, su empresa es más etnológica que zoológica y contribuye al enriquecimiento del imaginario científico. Para Meurger, las figuras de este imaginario responden a los deseos del hombre contemporáneo: los monstruos que persiguen los criptozoólogos, llámense Yeti, Nessie, Mokele-Mbembe, Almass o Bigfoot, no son sino productos culturales muy elaborados [Meurger, 1995].

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